[Tiempo de lectura: Lo que tardarías en montar y desmontar una sombrilla de doble torniquete de cruces magnéticos]
Por mis venas corre sangre caliente, pero desde hace un par de años que se ha enfriado un poco por culpa de ciertos lugares que han rebajado considerablemente la temperatura de mi cuerpo. Y hoy nos corresponde hablar sobre el que más bajón ha tenido en los que serían mis lugares de toda la vida, convirtiéndose en sitios a visitar de cuando en cuando, como si fuera una brisa de nostalgia. Hablamos nada más y nada menos que de ese sitio de reuniones de colegas y donde la pesca se ha convertido en un espacio para poder practicar ese noble deporte. Hablamos de la Playa (el espacio físico, no la película dirigida por Danny Boyle y con intento de interpretación por parte de Leo DiCaprio).
Retomando el tema de la sangre caliente, mi infancia ha sido un recorrido entre la playa y la ciudad que ha sido contabilizada con un 50/50 de visitas a un sitio y el otro. Dejando en constancia que la playa era, por lo tanto, mi primer lugar favorito de la tierra. Amigos, escapadas, surf, cocos, todo lo que un niño de 7 años podía pedir y disfrutar. Pero tras unos cuantos años y una visión algo diferente de este mundo, ahora lo que era sol y horas de disfrute bajo la sombrilla (refrescando la nuca de cuando en cuando), se ha convertido en: aglomeración, suciedad, niños y niñas correteando por doquier, música alta y sudor (no del bueno, claro está).
Esa arena que se te cuela por los dedos y la que no, ya ocurre la manera de llegar a lo más profundo de tu bañador. Que llegando a casa, es toda una aventura tener que limpiarte y limpiarlo todo.
Y no contento con todo eso, todo el negocio que se ha transportado a pie de playa para ver si hay alguien interesado en: Hacerse un tattoo al estilo caluroso, unas trenzas hawaianas, un masaje de lo menos sudoroso o beber agua de coco (o lo que haya en ese objeto que tiene menos de coco que las avionetas que surcan los cielos anunciándote la nueva programación de Cadena 100).
Y el único rincón que uno podía sentirse a salvo para poder resguardarse de todo lo que puede rechaza, el bendito chiringuito se encuentra repleto de familias compartiendo más sudores acumulados y gente corriendo de lado a lado de la playa de puntillas para no quemarse lo que parece el bien más apreciado de su cuerpo: La palma de sus pies.
Así que he decido desde hoy, a sentarme lo más lejos del gentío, en uno de esos bares playeros para liquidar con mi calor y así, inmediatamente poder continuar con mi aventura, intentando buscar algo de sombra para no derretirme en el intento de llegar a la única zona segura que existe en esta tierra, llamándose en un arrebato de originalidad: Casa.
· 14 JUNIO 2021 ·
MRC RCDR
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