THE MARCGUFFIN'S ROOM

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EL CROSSOVER NAVIDEÑO

¡Ese año no fue una Navidad cualquiera! Menos aún, una noche buena cualquiera. Ya que al  bajar a altas horas de la madrugada, para rascar un poco de Panettone que había sobrado de la cena familiar, me encontré en la cocina a cuatro individuos… 

De buenas a primeras, me asusté. Al ser una época de exponer regalos a la vista de vecinos y desconocidos, pensé que eran ladrones oportunistas (como si hubieran que no lo fueran), que entraron en el primer apartamento decimoquinto para robar el sueño de un niño de 17 años (que consistía de una Play 5, 3 juegos, un monopatín y mucha ropa deportiva). Pero descarté de buenas a primeras, ya que iban vestidos con una indumentaria poco eficaz para cualquier robo. 

Afiné la vista y me di cuenta que eran 4 individuos, más bien sacados de una obra de Navidad, que estaban rebuscando en la nevera algo para tomar, conseguí distinguir encima de la mesa vasos con lo que parecían de leche a medio beber y unos planos con migajas de galletas. Malditos aquellos que allanan casas en busca de comida y no objetos de valor. Uno de ellos, no dejaba de rascarse la barriga y emitir unas onomatopeyas más parecidas a un ulular del búho. Los otros tres simplemente parecían trillizos buscando algo que ingerir. Lo único que se podía diferenciar de dichas entidades, eran el color de la barba, y uno de ellos parecía de ascendencia afroamericana. Por lo demás parecía una escena muy variopinta. 

No me atreví a acercarme más, pensé que podía ser una alucinación por la ingesta en exceso de turrón durante todo el día. Por ende, decidí meterme en la cama y hacer algo para olvidar lo vivido. Mañana iba a ser un día importante, sobre todo en lo de abrir los regalos. Así que no me quedó más que volver a meterme en la cama, cerrar los ojos y contar renos hasta quedarme dormido. 

Me sorprendió esa mañana bajar las escaleras, y ver que todo estaba en su sitio, el único escenario diferente era el salón y el árbol de Navidad, donde parecía que había tocado la Lotería de Navidad ya que había regalos por encima de mi buen comportar de ese año. No tuve más remedio que agachar la cabeza y conformarme con dedicar todo el tiempo del mundo en abrirlos todos. 

Lo único malo de esas semanas de fiesta es que el 6 de enero, no recibí ningún regalo por parte de sus Majestades. Ni siquiera el premio de consolación.

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