– ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? Me preguntó el senderista que realizaba la última etapa de su recorrido.
La rareza de ese escenario, no era que un total desconocido me preguntará algo tan personal. Sino que lo hiciera mientras caminaba hacia atrás. Fue entonces que frente, o de espaldas a ese hombre me derrumbé como nunca antes había hecho. Ni siquiera frente a mis seres queridos había llorado a lágrima tendida como lo hice ese día de espaldas a ese hombre.
Me ofreció sentarme y hablar, me ofreció una bebida y me tendió papel para secarme los mocos, no pude rechazar ninguna de las ofertas, sobre todo la que más me urgía: ¡La bebida!
– Ahora contéstame con absoluta sinceridad – volvió a insistir el senderista, ahora mirándonos cara a cara. – ¿Cuándo fue la última vez que lloraste?
No podía decirle que fue esa mañana cuando se me resbaló la lentilla por el fregadero antes de salir a por mi 13ª etapa, o el día anterior cuando perdí el decimotercer par de calcetines, o tres días atrás cuando me mordí la lengua intentando recordar cuando Nostradamus predijo que no iba a ser nada en esta vida.
– Pues seguramente la semana pasada – mentí – viendo ese vídeo que se hizo viral en 2012 donde un perro hacía pucheros a cámara mientras veía como esos mapaches ladrones se llevaban su comida del bol. – Así pensado en caliente, fue lo primero que se me ocurrió. – Fue de la risa por esto – Osé remarcar.
– No, no – Se reclinó hacia mi con cara de pocos amigos- En serio, ¿Cuándo fue la última vez que lloraste de verdad?
Parecía que al senderista le urgía una respuesta, pero en vez de transmitirme rechazo, me provocó una sensación de alivio que hizo que mis ojos se volvieran a inundar a una especie de líquido acuoso.
– No sé – Respondí bajo una fuerte presión en el pecho, pero con una seguridad que ni yo mismo sabía que la tenía- La semana pasada cuando me marché por decimotercera vez sin despedirme de mi gente. Cuando intenté avisarles, pero ya era demasiado tarde. Cuando los llamé, pero nunca me devolvieron las llamadas. Cuando fracasé en el intento de intentar. Cuando… – Y entonces no pude continuar y volví a caer en el llanto, pero proseguí – ¡Ahora!
El senderista con cara de haber entendido a la perfección mis palabras afirmo con la cabeza y con un grito que hizo girar la cabeza de las pocas palomas que se situaban encima de las mesas vacías de ese bar dijo:
– ¡Contratado!
– ¿Cómo qué contratado? Dije atónito sin comprender nada…
– Eres la persona ideal para la vacante en mi empresa, alguien que bajo presión, sepa ser sincero y directo. Y me has parecido el perfil ideal. Habrá que pulir un poco ciertos temas de autoconfianza, pero esto en los meses de prueba, lo conseguirás mejorar, no pongo en duda.
Y sin comprender muy bien de qué iba aquello, firmé el contrato que cambió mi vida. El puesto de trabajo ideal. El que siempre busqué… Lo único que tenía que hacer era ser yo, y si la situación lo requería y el argumento así se daba, llorar de verdad compartiendo aquello que tanto amas en el mundo. Pero esta historia, queridos viajeros… Es otro cantar.
· 01 MARZO 2022 ·
MRC RCDR
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