Nuestro protagonista, por llamarlo de alguna manera, ya que ni afán de ello tenía, es un “pieza ausentista”. Con solo comentaros que incluso en el día de su trigésimo tercer aniversario no se presentó, os decimos todo. Y eso que nadie le esperaba para celebrarlo. Pero por la lista de hechos y deshechos, este dato es importante para la historia.
13 años después de que su nombre fuera registrado, el responsable se puso en contacto con sus familiares más cercanos para avisarles que su nombre se había perdido y que por ello, su hijo no disponía de nombre oficial. Y ya fuera por pereza o simplemente algo más importante que tuvieran que hacer en ese momento sus padres, el nombre de nuestro protagonista nunca fue, ni será.
Al nacer se perdió entre los brazos del doctor que le cortó el cordón umbilical, lo encontraron 4 minutos después descansando en los brazos de una enfermera. Al año y un par de días se perdió en la cuna, lo encontraron en un rincón de la habitación donde solía estar el biberón. A sus recién entrados 4 años se despistó y se perdió en casa, por suerte fue encontrado por su hermana recién nacida mientras dormía en su cuna. A los 14 años no se perdió, lo perdieron en el cole. Solo lo vinieron a encontrar en cuanto terminó la universidad, sacando todo con matrícula.
A sus ya 37 años todo logro y mérito se le perdió por el camino, y eso que se había logrado una carrera de mucho éxito. Pero eso es cosa del pasado, ni siquiera le importó haber perdido todo ello. La vida continuaba, sin que su presencia fuera siquiera importante para el día a día. Pero eso no quiere decir, que nuestro protagonista, sin querer serlo, haya vivido plenamente. Dentro de su plenitud. Siendo feliz.
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