Aún me acuerdo de ese magnífico día para unos, y una trágica mañana para mí. El día que Meñique se enamoró de Camille por un encuentro fortuito.
Era una mañana de julio, entre las 7 y las 8 de la mañana. El sol ya se encontraba en lo más alto, para ser bendecido por algunos por la fuente de energía que fue concebido y criticado por otros por las temperaturas de infierno que dejaba a su paso. Me desperté 5 minutos antes de que sonara mi respectiva décimo quinta alarma, como ya iba siendo rutina. Después de 2 años trabajando con un horario matinal, mi maldito reloj interno (ya podía ser externo, y de otra persona), se activaba y me hacía estar consciente para gritar a mi móvil como si fuera yo el que lo tuviera que despertar.
Me acuerdo perfectamente que me levanté con el pie izquierdo, no para atraer la mala suerte, sino que literalmente el primer pie que pisó el suelo frío (42 grados afuera, -2 en el suelo de mi habitación) de mi cuarto fue mi operado pie izquierdo. Se despertó con ganas de ir por delante de cualquier otro pie (el que quedaba claro está).
Y fue entonces cuando con un gran bostezo y un “crack” muy extraño de cuello, mis lagañas saltaron de los ojos para ver que el día podía deparar grandes momentos (no en mi caso, como leeréis en breves). Mis ojos se abrieron de par en par para detectar la puerta e ir al primer destino del día: el aseo. No por costumbre, sino por necesidad de ver que fiesta había tenido mi pelo en el estado REM de mis sueños. Un posible guateque que ni siquiera participé presencialmente, pero que mi cuerpo de 34 años, lo recuerda a la perfección como si lo hubiese vivido. Fue entonces, en ese giro de 95 grados para encarar hacia la puerta y destino lavabo, cuando una parte de mi cuerpo decidió encontrar el amor esa mañana.
Sin darme cuenta de los obstáculos que se interponen en mi camino, y como si fuera un imán, siendo la carga negativa mi dedo meñique y la positiva la pata de mi cama. Se fusionaron en un romántico, y porqué no decirlo, doloroso beso. Romántico para dos materias fuera de mi control (todo el mundo sabe que tarde o temprano en la genética humana el meñique desaparecerá del cuerpo, o eso espero). Por suerte (o desgracia), cuando estás enamorado solo se te ocurren palabras maravillosas, en ese momento. solo me salían improperios que no llegaban a ninguna parte, ya que a esa hora de la mañana y recién levantado, no conseguía proyectar palabra. Por dentro estaba ardiendo de odio.
Pero incluso con ese odio dentro, vi lo bien que encajaba mi dedo meñique con la punta de mi cama, que me pareció lo más bonito que me podía pasar de buena mañana. ¿Después de eso qué podría salir mal? Si eso, lo dejamos para otro momento cuando me recupere de lo sucedido. Lo importante de esa primera historia, es que Meñique, tuvo un primer encuentro amoroso con Camille, la pata menos querida de mi cama (al menos para mi desde lo sucedido).
Así que nos preparamos para una saga de amor entre un dedo del pie y un trozo de madera de lo más cortante… ¡Nos vemos en la próxima!
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