Hacía años que no me sentía tan viva. Hacía tiempo que no me sacaban todo el potencial que llevaba entre las sábanas. ¡Hasta hoy! Día que puedo empezar a contar finalmente, mi segunda juventud.
Muchas y muchos que han pasado por mis edredones incluso sabiendo que me tildan de exagerada, por fin he podido demostrar que mis muelles son de primera calidad. Que mis telas están hechas con mimo por las manos de los mejores artesanos y que cada lado de mi existencia puede ser aprovechada y exprimida al máximo por los dueños que pasen por mis brazos. Y estos dueños al fin han llegado.
Desde que tengo uso de razón, las polillas fueron mis acompañantes hasta que fui rescatada de debajo de aquellos cartones por manos suaves, cuidadosas en sus movimientos. Al cabo del tiempo, cuando me volvió la lucidez de mis primeros años, descubrí (o eso escuché de mis actuales propietarios) que fui restaurada por un artista. Un pintor de la época, él se denominaba a sí mismo: «Inventor de Nada. Ilusionador de Todo». Pero para mi, era un reconfortante apoyo, cuando a las tantas de la madrugada se recostaba en mí y durante un par de horas se quedaba dormido con música que a mi me relajaba. También me utilizaba como su lugar favorito de la casa para leer, traer a sus musas y disfrutar de diferentes cuerpos amistosos, amorosos y que compartían y creaban el arte como él.
Fue una bonita época. No la más brillante ya que sus manos artísticas fueron perdiendo fuelle y a mi me dejó igual de lado que sus sueños. Con el tiempo su arte se fue apagando, igual que mis tonalidades y los colores de mis telas, las que había pintado con tanto amor o había dejado rastro de alguna obra pasada que fue vendida por menos de lo que merecía ser vendida.
Tenía muchos amigos este artista, el cual llegué a considerar como tal (aunque no me entendiera, yo le transmitía mi confort en sus momentos de sueño para que me llamara amigo también). De todos esos colegas, una pareja del mundo del teatro se enamoró de mí y le pidió al propio artista que cuando se cansará (o no tuviera intención de seguir conmigo) si pudiera venderlo al precio que él pusiera. Eso me dio caché y me hizo reflexionar lo importante que era para esa gente. Me hizo valorar. Valorarme.
Pasaron 2 años hasta que el artista por necesidad de conocer mundo. De ser libre, busco la forma de vender todo lo que en ese estudio había acumulado. Así fue como acabé en un espacio más reducido al que estaba acostumbrado, pero al mismo tiempo nunca me sentí tan vivo como entonces.
Aunque ya dieran la sensación de que llevarán años amándose. Cada noche practicaban un noble arte del Amor propio y conjunto (¡y que feliz me hacían!) saber que estaban utilizando cada rincón de mi ser para darse placer. Encima de las sábanas, debajo de ellas. A mis pies, en el cabezal. Incluso, incluyeron algún que otro juguete que me dejó marca de raspado en los cabezales. Viva el sexo. Viva el amor. Lo bueno de todo es que mi tamaño me lo permitía.
Y el mejor de ello era ese momento de conversación posterior a la aventura, que les duraba toda la noche, donde intercambiaban temas de la vida haciendo que el tiempo se frenara para mi y sobre todo para ellos. Qué decir de esos desayunos / cenas en cama que se convertían en otro plácido momento vivido en mi larga vida. Donde, aunque me cayera mermelada, mantequilla u otra sustancia que se metían en la boca, me hacían formar parte de ese momento. De la acción.
Seamos sinceros con este punto de la historia. No soy tonta. Sé que soy un ser inanimado, pero por mis partes recorren historias que merecen ser contadas, al menos recordadas. Y escribo entre mis sedas esta historia para que no quede en el olvido. Ya que muchos cuerpos habrán subido en mi. Pero por suerte o desgracia la gente que ha vivido descanso y paz gracias a mi, también se merecen un hueco en esta historia.
Espero recordar más sobre mi vida para poder contar con más detalle lo que viví después de esa pareja, que tantos buenos recuerdos me dejaron. Lástima que encontraron mundo que recorrer y poco pasaban para visitarme. Por suerte siempre fui recurrente en sus vidas hasta el final de mi existencia.
Aquí me encuentro esperando ese momento para que vuelvan y deshagan la cama para celebrar el éxito de sus vidas, mientras me siento en casa viviendo otra increíble escena de amor. Aunque ahora solo me queda esperar.
Pueden ser minutos.
Horas.
Días.
Semanas.
O incluso años,
¡Hasta que vuelvan!
Deja una respuesta